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Mi primer premio

Cualquier escritor, independiente o publicado, desea que sus letras sean leídas por todo el mundo, que sus obras sean reconocidas y que pueda trascender a través de sus páginas. Bueno... no sé si esto es de cualquier escritor, pero, al menos yo, sí soy así.


Al ser una escritora autopublicada, digamos que la exposición es menor; hago lo que está en mis manos, participo en ferias y presentaciones de las que tengo conocimiento y me dan la oportunidad de entrar. Fuera de eso, me es imposible dar a conocer mis libros.


Fue entonces cuando supe de International Latino Book Awards, este reconocimiento que se da a los libros escritos en español, inglés y portugués, en más de cien categorías. ¿Tenía probabilidad de ganar? No mucha, mi competencia era fuerte y mi libro Nadie se lo dijo al Abejorro no era conocido más allá de mi ciudad. Sin embargo, quise intentarlo para decir una vez más "miren, participé en un concurso y no gané... así la vida del escritor independiente", porque a veces me gusta ser dramática.


Meses después, con la ansiedad de querer saber los resultados, finalmente me notificaron por correo de que era finalista en la categoría Mejor Libro Inspirador. FINALISTA. Esto signfificaba que ya era ganadora, pero en una ceremonia en Los Angeles me dirían si gané medalla de oro, plata o bronce. GA-NÉ. Los otros finalistas eran desconocidos para mí, menos el papa Francisco. ¿Qué? Así es, el papa Francisco participó en la misma categoría que yo con su autobiografía. Ya está decidido, pensé, Dios le dará la medalla de oro a él, ¿quién más podría ganarle?


Creo que podrás imaginarte a dónde va mi historia, porque el día de la ceremonia llegó y estaba que me sudaban las manos de los nervios. Presencié los ganadores de casi todas las categorías, la mía la premiaban casi al final. Cuando mencionaron a los finalistas de Mejor Libro Inspirador respiré hondo y cerré los ojos. Que gane el mejor, me dije en silencio. Mencionaron al papa Fransisco con la medalla de bronce, lo que significaba que, sea cual sea mi medalla, le había ganado al mismísimo represantante de Dios en la tierra. Medalla de plata fue la mía. Mi abejorro finalmente había ganado un reconocimiento con una hermosa medalla de plata. Mis manos (y todo el cuerpo) temblaban, mis ojos se llenaron de lágrimas al saber que, por primera vez, alguien completamente ajeno a mí y sin conocerme decidió que mi libro era ganador, que mi libro podía inspirar a otras personas.


Así que solo me queda agradecer a todos los que han estado apoyándome en este trayecto, nada fácil, por cierto. Gracias por leerme, por permitir que mis libros sigan volando a muchos hogares. Gracias por estar conmigo mientras cumplo mis sueños y ayudo a que nuevos escritores puedan cumplir los suyos.




 
 
 

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